Los caprichos de Raychel Carrión.
Por Janet Batet. ATARAXIA.
febrero 25, 2021.
Entrega 1: Jaws Missing o La educación sentimental en Cuba.
Desde marzo del 2020, y como inquietante imagen frente al espejo, se han sucedido uno tras otro los escalofriantes dibujos de Raychel Carrión correspondientes a sus series Antígona, Artemis, Extenso, Ignominia, Jaws Missing, Libaciones, Ostrakon, Sharing, Todas las Fuerzas y Unión Falangista, que secundan como testigo visual insuperable el estado de salud de la sociedad cubana actual, marcada por la creciente la represión del poder esclerosado frente al empuje de la sociedad civil.
En estas contundentes sátiras, invariablemente en blanco y negro (en Cuba no hay tonos medios), se plasman todos los vicios de la sociedad cubana actual. Visiones delirantes que denuncian el fanatismo cuasi religioso que demanda el poder a sus súbditos (tal es el nivel de obediencia y subyugación exigido por el poder dictatorial cubano) y la embestida represiva contra toda alteridad.
No es posible mirar los dibujos recientes de Raychel Carrión sin pensar en Los caprichos de Goya. Los paralelos son harto significativos.
El primero de ellos se desprende, por supuesto, del contexto histórico-social al que refieren ambos artistas en sus series. Como mismo Goya, Carrión denuncia una sociedad cerrada, obstinada, que impone el oscurantismo y el terror como único modo de sobrevivencia. ¿Acaso habría mejor analogía con la sociedad cubana actual que la Inquisición española?
Entre 1812 y 1819, Goya realiza su óleo Autos de fe de la Inquisición. En él, el artista español retrata uno de los habituales juicios públicos del Santo Oficio (vaya eufemismo). En el interior del edificio de arcos conopiales, atestado de gente, el prelado lee la sentencia inapelable mientras el procurador, altivo, arrellanado en su asiento, echa un vistazo al condenado, que es exhibido como escarnio a ojos de todos sobre el estrado. No es el único. Otros tres condenados, compungidos por la muerte segura, aparecen del lado opuesto de la tarima, en contraposición a la figura altanera del procurador. Lo sabemos pronto, por el lenguaje de los cuerpos, pero también por el sambenito y la coroza de tres pies de altura que a vestir los cuatro condenados son obligados. Los rostros del público asistente, apenas insinuados, se pierden deformados en la oscuridad creciente del recinto.
La carencia de rasgos individuales en la masa expectante, aterrorizada, que se reconoce en los condenados y al mismo tiempo busca despavorida distanciarse de ellos, nos recuerda invariablemente las obras de Antonia Eiriz. Sus muchos rostros retorcidos, atormentados, fantasmagóricos. Antonia, como ningún otro artista cubano, supo retratar desde principios de los años sesenta ese terror generalizado, encarnado en la masa amorfa paralizada, desprovista de boca para hablar y ojos para ver, capaz de secundar las atrocidades más tremendas por salvar el pellejo. Y como contraste, entonces, el individuo aislado, estigmatizado, arrojado como mofa y escarmiento sobre la arena pública. Pan y circo.
De estas certeras obras de Antonia Eiriz ha pasado ya más de medio siglo. Nada ha cambiado. No hemos salido del ruedo.
La serie Jaws Missing (2020), de Raychel Carrión, tiene como sujeto a esa misma masa. El protagonista aquí, invariablemente desprovisto del maxilar inferior, es incapaz de hablar. Ni siquiera está capacitado para la masticación. Todo lo atraganta. Sin discriminación, engulle todo lo que le sea empujado esófago abajo. Esta cruenta metáfora fisiológica tiene puntos de contacto esenciales con otro grande del arte cubano: Umberto Peña, quien también, como Antonia Eiriz, retrató desde muy temprano ese trauma a nivel identitario reflejado en el cuerpo.
Compuesto por labios, lengua, dientes, encías, mejillas, paladar, amígdalas, orofaringe, glándulas salivales, el piso de la boca, frenillos, maxilares, ganglios linfáticos, articulación temporomandibular, así como huesos, músculos, tejido celular subcutáneo y piel de la región facial y del cuello, entre otros, el aparato estomatognático tiene a cargo funciones fisiológicas esenciales como las de comer, hablar y respirar. De él dependen todas las expresiones faciales: alegría, tristeza, sorpresa, asco, temor, deseo, desprecio, impotencia. De él dependen también las funciones humanas más bellas: la capacidad de sonreír y besar.
Desprovistos del aparato estomatognático, los protagonistas de Jaws Missing terminan por ser lo que son: extraños zombis que deambulan, pululan por las calles como si estuvieran vivos, pero a fin de cuentas son replicantes. Les siguen asistiendo las funciones motoras y esa capacidad mimética de repetir lo que ven hasta incorporarlo como parte de un ritual identitario prestado pero que, de algún modo, les insufla de vida.
( Imagen: Eterno Retorno. Serie Jaws Missing, 2020. )
En esta espeluznante serie, muchos de los protagonistas son todavía infantes en medio de la tarea de adoctrinamiento: ese atroz proceso de muerte y resucitación por el que quedarán sometidos en lo adelante a la voluntad del poder que los devuelve a la vida.
“La empresa” muestra a un muchacho de unos doce años, acuclillado sobre el muro del Malecón. Como en un rito de iniciación, un sonriente policía, condescendiente, le retira la mandíbula inferior. La escena es avasalladoramente tierna. La mano del gendarme se posa sobre la rodilla del púbero que mira quedo, sin dolor, el fragmento extirpado.
( Raychel Carrión, “Jaw Missing”. Serie Jaws Missing, 2020. )
La composición del delicado dibujo es en forma de caracol: una suerte de precipicio en espiral que empieza el viaje en caída por la boina del policía, deslizándose como en una canal sobre todos los distintivos de la fuerza del orden (grados, escudo), pasando del hombro al brazo y el antebrazo (con el que colindan la tonfa y el walkie-talkie), hasta llegar a la mano sobre la rodilla del adolescente. Es este uno de los puntos más álgidos del cuadro. Diríase La creación de Adán, de Miguel Ángel, a la cubana: el momento clímax en que el creador insufla de vida al hombre nuevo.
El viaje sigue por el antebrazo del muchacho, conectado en ominoso vaso comunicante con el de su creador, transferencia fatídica hasta llegar al rostro: ese vacío atroz que ya sabemos; y luego sigue, en una ascensión que duele, por la oreja receptiva hasta su mirada expectante, fija en esa porción del yo que es todo el yo y que ya no le pertenece.
La regla en esta obra tiene múltiples significados más allá de la composición per se. Refiriendo el cuadro a un pasaje del Génesis, no podemos obviar el significado cristiano de la regla de oro, también conocida como “ley de reciprocidad”, y que se resume en Mateo 7:12: “Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. De hecho, esto es la ley y los profetas”.
Pero la regla de oro aquí también nos conduce irremisiblemente a la espiral de Fibonacci. El número de oro o golden ratio, patrón secuencial perfecto que se incrementa sumando los dos elementos anteriores de la serie (n+1), en “Jaw Missing” refiere directamente a esa política al uso desde la instauración de la denominada Revolución de 1959, que garantiza el crecimiento exponencial del adoctrinamiento de las nuevas generaciones en Cuba desde la edad más temprana.
( Jaws Missing. Serie Jaws Missing, 2020. )
Con apenas 6 años, en el primer año de enseñanza escolar, los niños en Cuba reciben la pañoleta azul. Los padres también son invitados a la ceremonia en la que el todavía párvulo, en esa edad crítica en que comienza a conocer las reglas de funcionamiento de la lengua, sus estructuras sintácticas, su léxico, está apenas avituallándose de su estructura de pensamiento. Justo en esta etapa en que se manifiesta de manera consciente el desarrollo cognitivo, son iniciados los niños como pioneros en el Movimiento Moncadista.
El nombre del movimiento de pioneros alude al ataque al cuartel Moncada, hecho que ha sido sublimado por la historiografía castrista como el motor de arranque de esa supuesta gesta revolucionaria en carácter permanente. La frase de Fidel Castro referida al mismo: “Hace falta echar a andar un motor pequeño que ayude a arrancar el motor grande” pareciera el lema travestido de esta organización. El emblema está compuesto de dos triángulos superpuestos, uno rojo sobre otro negro. En el centro del triángulo rojo se destaca la estrella solitaria (esa que “ilumina y mata”). El triángulo rojo representa la sangre de los mártires, mientras que el conjunto de los triángulos rojo y negro simbolizan la bandera del 26 de Julio. Los niños juran lealtad a las figuras de Martí, el Che y Fidel.
En el acto de iniciación, los pioneros, parados en firme y los talones unidos, se llevan la mano a la frente como soldaditos de la Revolución y gritan voz en cuello: “Pioneros por el comunismo. ¡Seremos como el Che!”. Habrá que seguir la misma rutina cada mañana en el matutino, mientras son engullidas las incontables efemérides que preconizan esa narrativa hegemónica que, como continuidad ineludible, garantizarán la lealtad y el sacrificio incondicional de las nuevas generaciones.
( Alcibíades y la revolución gutural. Serie Jaws Missing, 2020. )
La educación en el aula está alineada totalmente con esta política. Mientras aprenden la escritura, las sílabas sirven de pretexto al adoctrinamiento, como en un catequismo:
Cha-Che-Chi-Cho-Chu. El Che luchó en Cuba.
Fa-Fe-Fi-Fo-Fu. Fefito afila la mocha. Al lado pone el fusil.
Ya-Ye-Yi-Yo-Yu. Ayer y hoy el pueblo dice: Cuba sí, yanquis no.
Este momento crítico en el que el hijo es entregado a la macabra maquinaria de la ideologización en Cuba, marca el comienzo de la serie Jaws Missing.
Al adoctrinamiento escolar le seguirá también el adoctrinamiento en el núcleo familiar, de manera directa o indirecta. Primero, a través de los canales oficiales de televisión y la radio que invaden el hogar y de la vigilancia impuesta por los Comité de Defensa de la Revolución (CDR). Luego, a través del mismo vínculo filial que, ya sea por convencimiento propio o por natural instinto de protección hacia la prole, seguirá repitiendo los manoseados estribillos de la política oficial cubana para evitarle mayores contratiempos a su hijo en edad tan temprana.
( A ti me encomiendo”. Serie Jaws Missing, 2020. )
Uno de los graves conflictos que enfrentan los padres en Cuba es la falta total de decisión sobre el tipo de educación que recibirán sus hijos: no otra opción que la enseñanza impuesta por el Estado.
A los ocho años, entrando en el cuarto grado de la enseñanza primaria, los niños cubanos truecan su pañoleta azul por la roja y pasan del Movimiento Moncadista a la Organización de Pioneros José Martí (OPJM). La pañoleta, considerada el principal atributo de los pioneros y venerada como objeto sacro, es un triángulo isósceles y sus vértices punzantes significan “estudiar, trabajar y luchar por las conquistas de la Revolución”. La pañoleta azul simboliza el cielo de la patria; la roja, la sangre derramada por los héroes y mártires.
Las organizaciones de pioneros en Cuba no son organizaciones selectivas, sino de masas, y trabajan estrechamente con la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Así, irremisiblemente, se va adoctrinando a las nuevas generaciones. La gran masa de los “sin mandíbula” crece.
De esa educación “integral” del individuo dependerá su futuro: un futuro coartado de antemano. A ello se supedita el acceso a la universidad, el tipo de trabajo que desempeñe, su lugar en la sociedad. Como mismo en La educación sentimental, la educación en Cuba va moldeando sujeto lukacsiano, atrapado en una sociedad cerrada y sin sentido, atrapado en una vida infructuosa ante la que no hay alternativas. Como diría el mismo Frédéric:
“La razón pública quedó profundamente perturbada. Personas inteligentes se quedaron idiotas para toda la vida.”
( Guanabo. Serie Jaws Missing, 2020. )
( Yosvani. Serie Jaws Missing, 2020. )
“Los grandes muros de los colegios, como ensanchados por el
silencio, tenían un aspecto más sombrío todavía; se oían toda
especie de ruidos apacibles, el batir de alas en jaulas, el chirrido de
un torno, el martillo de un zapatero, y los ropavejeros, en medio de
las calles, miraban a las ventanas inútilmente”.
Gustave Flaubert, La educación sentimental.
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